martes, 16 de septiembre de 2008

El tren de la vida



Un amigo me habló de un libro que comparaba la vida con un viaje en tren.
Un viaje muy interesante al ser bien interpretado.
Exactamente así, la vida no pasa de ser eso, un viaje en tren lleno de embarques y desembarques, algunos accidentes, sorpresas agradables en algunos momentos y en otras grandes tristezas.
Al nacer entramos a ese tren y nos entregamos en las manos de algunas personas que pensamos, estarán siempre en ese viaje con nosotros: nuestros padres, desgraciadamente eso no es verdad; en alguna estación ellos bajan y nos privan de su cariño, amistad y compañía irremplazables... además que personas interesantes y que pueden llegar a ser muy especiales para nosotros, abordaran el tren en algún momento.
También llegaran nuestros hermanos, amigos y maravillosos amores. Muchas personas toman ese tren, solo para pasear, otras encuentran en el viaje solamente tristezas, y otros circularan por él, listos para ayudar a quien los necesite.
Muchos al bajar dejan recuerdos eternos, algunos otros pasan por allí de tal manera que cuando desocupan sus asientos, nadie percibe sus ausencias.
Es muy común que muchos pasajeros, que nos son muy queridos se ubiquen en vagones diferentes al nuestro, por lo tanto nos vemos obligados a hacer el trayecto separados de ellos, eso no nos impide que durante el viaje atravesemos muchas veces con grandes dificultades nuestro vagón para llegar hasta el que es ocupado por nuestros seres especiales, solo que difícilmente nos podremos sentar a su lado, muchas veces puede haber alguien ocupando ese lugar.
Nada importa, el viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas, despedidas.
Eso sí, jamás tiene retorno, siempre va hacia delante.
Hagamos el viaje de la mejor manera posible, tratando de relacionarnos bien con todos los pasajeros, sin hipocresías, buscando en cada uno de ellos lo mejor que tengan para ofrecer.
Recordando, siempre, que en cualquier momento del camino ellos podrán flaquear, es necesario entender esto pues, probablemente, nosotros a lo largo del camino, flaquearemos muchas veces, y seguramente habrá alguien que nos entienda como nosotros hemos entendido a nuestro prójimo.
El gran misterio, al final, es que jamás sabremos en cual parada nos bajaremos, y mucho menos nuestros compañeros y ni siquiera el que esta sentado más próximo a nosotros, justo en el asiento de al lado.
Me quedo pensando si al bajarme de ese tren sentiré nostalgia... creo que si la sentiré, al separarme de los amigos hechos durante el trayecto, será al menos doloroso.
El dejar a mis hijos continuar solos el viaje, será extremadamente triste, pero me agarraré a la esperanza de llegar, en algún momento a la estación principal, y tendré la gran emoción de verlos llegar con un equipaje que no tenían en el momento de embarcar, y lo que más feliz me dejará será pensar, que yo colabore en el crecimiento de ese equipaje y en hacerlo más valioso.



Anónimo

jueves, 11 de septiembre de 2008

Carros de foc


Carros de foc completada! Pues sí, después de 8 días de sube-baja, sube-baja, más de 60 kilómetros, unos 9000 metros de desnivel acumulado, y 118 fotos (que hay que tener humor para irlas haciendo...) podemos decir que nuestro reto ha sido superado. Pasado el miedo con el que nos levantamos el primer día y con el que llegamos allí, pasados los nervios de pensar como meter media casa dentro de una mochila más o menos pequeña, dimos paso a las sensaciones que allí fuimos viviendo. Ver atardecer a casi 2400 metros, empezar a caminar cuando aún amanece, comprobar una mañana que ha nevado y que ésta nos acompañará durante la solitaria subida, en paisajes a veces desoladores, a veces encantadores, el compañerismo de la gente en los refugios, el calor de las cenas en compañía (¡de 3 platos más postres!)... son sensaciones que hasta ahora nunca habíamos vivido (novatillos que somos en esto...) y que nunca olvidaremos. Como bien decíamos cuando llegamos después de tantos dias al coche, y mientras abandonábamos melancólicos las montañas que día y noche nos habían acogido: nos vamos con una sonrisa en el alma. La verdad es que es otro mundo. Allí no parece que haya nada más allá de donde tú estás. No recuerdas las duchas de agua caliente que te dabas en casa, ni la comodidad de abrir un armario y coger lo que buscas en 2 segundos. Pero cuando vuelves a la civilización todo lo valoras doblemente. Comprarte un helado en el quiosco de la esquina, darte un baño en la playa cuando ya no puedes más de calor...
En fín! Una experiencia que recomiendo seriamente.
Y aqui una fotito (de gran calidad, no como las nuestras), que una pareja muy maja nos hizo con su cámara y que amablemente nos ha hecho llegar vía mail. Es en lo alto del Montardo, un pico al que desviandonos un poco de la ruta quisimos subir. Y mereció la pena! Nunca se me habían puesto los pelos de punta en esas circunstancias! Y no era de frío...