jueves, 20 de septiembre de 2007

Escocia, tierra de lagos y leyendas


Aterrizamos en el Aeropuerto de Inverness (el avión casi se sale de la enana pista) y no hay ni Diós. ¿Y los autobuses? De aquí a 2 horas viene uno. Pues vamos a tener que llamar a un minibus, porque la cosa no está para esperar hasta las 9 de la noche aquí que no hay ni un alma…
Llegamos a la ciudad, Inverness, aparentemente normal y alegre (una banda de escoceses con falda y todo nos da la bienvenida con sus gaitas a lo largo de la calle principal), pero cuando la noche cae… todo empieza a transformarse… Los dueños de los bares piden sus 3 libras con 50 sin retirar la mano (ni la mirada) mientras recopilamos la calderilla para pagar lo que ya teníamos ganas de comprar: fish and chips del mar del norte!! Saca el pescadillo, vamos, el pobre estaba casi vivo… mientras un pato (tambien transgénico y medio girao) degolla al otro en la puerta del bar, a la vez que un hombre duerme con la cabeza sobre una de las mesas del lugar.
Oooooh!!!! Qué-bo-ni-to!!! Exclamamos al ver el rio Ness justo al girar la esquina, en un atardecer idílico. Estamos comiendo nuestro fisch and chips a la orilla del rio cuando oímos a una tía gritar enloquecida y a un tío rio abajo por un rio de unos 100 metros de ancho. Ha saltado desde lo alto de un puente. Come here! Grita simplemente la policía. Sería el tipo del bar. El punto álgido es Letra B (de nuevo, jeje) que se oye en un pub de la zona. Un pub escocés!
La ruta por las highlands me ha dejado un recuerdo muy entrañable, aunque fuera muy breve (prometemos volver). Allí, vas por la carretera (por la izquierda, eh!) y tanto ves de golpe una cascada que te salpica el coche, como ves al cabo de 500 metros otra de 100 metros de alto, con puente colgante incluido!, así como de pronto, los lagos se transforman en mares abiertos, y aún dudando de si estamos en un lago o en el mar, bajamos por los acantilados y visitamos las playas, eso sí: con polar!. Playas desiertas, verdes prados que las acechan, pueblos casi fantasmas, iglesias en acantilados, barcas ancladas en medio de un melancólico lago… eso es la costa oeste escocesa.
De pronto la costa se transforma en valles, donde las cascadas saltan furiosas para bañar abajo los alegres prados, y de pronto los alegres valles se transforman debido a las lluvias en lugares inquietantes, donde las montañas nos vigilan (posiblemente seamos los únicos en kilómetros) y nos recuerdan que ellas son más de allí que nosotros.
Allí tranquilamente puedes dormir en una entrañable casita, al pie de un lago, de esos con barcas de pescadores de los de verdad, frente al castillo más romántico de Escocia, y con prados frente a las ventanas (de estas que se abren por el techo y que te dejan observar que aquí está oscureciendo hasta por lo menos las 11 de la noche).
Cuando pasas por algún pueblo más turístico (quizás una pequeña ciudad, no lo sé), se observa más movimiento, pero tras 5 minutos retomada la carretera el movimiento desaparece.
La gente es muy maja, aunque con carácter, e incluso el dueño de algún albergue entabla conversación con nosotros en un medio inglés-medio español que nos resulta muy entrañable. Se agradece que te acojan bien cuando te encuentras en un albergue perdido al final de una mini carretera en medio de un mega lago y rodeado de gente extraña para nosotros. Aunque los montañeros escoceses no se diferencian tanto de los españoles… Pero no hay quien los estienda!
¿Y la capital? Edimburgo es bastante húmeda, pero sus tiendas pintadas de colorines le dan bastante alegría. Tienen suerte de vivir tan cerca de lugares tan mágicos. Y es que allí, en media hora estás en plena naturaleza. Y cuando digo plena, es de la de verdad. Y para hacer boca, tambien tienen Holyrood Park, que es una colina volcánica en medio de la ciudad, con sus lagos y sus patos (tambien enormes tú!), donde lo suyo es subir a Arthur’s Seat, el punto más alto de la montaña. Unos 251 metros de desnivel. No está mal para estar en medio de la ciudad…
¿Y la gente de la ciudad? Tambien extraña, como la de Inverness. Van en manga corta, y descalzos por la moqueta, y te amenazan si les vas llorando porque alguien se ha bebido tu leche de la nevera del hostel. “Don’t come crying to me if…” “Zero tolerance…” Definitivamente, seran majos, pero un poco rudos sí que son los chotis estos…

Mind the bag - Londres


Londres. Una ciudad que aunque no es tan encantadora como París, tiene de todo. Puedes pasear con un perrito caliente comprado en cualquier puestecillo e ir obserbando las 19 limusines que pueden llegar a pasar en una hora (algunas de un fucsia horroroso), pasear por el Soho (la Chinatown) mientras ves como cuelgan los conejillos muertos en los escaparates, comprar libros en una librería en Notting Hill (si no es de segunda mano leido por un inglés no es lo mismo), hacer un pic-nic comiendo entre otras marranadas kit-kat de chocolate y naranja mojado en ioghourt de vainilla y plátano en St. Jame’s Park mientras escuchas a los patos con la London Eye de fondo, pasear por el Hyde Park perseguido por otro pato transgénico (doy fe, lo ví de cerca) mientras te desesperas buscando a Peter Pan (¿se lo habran comido los patos?), y… en fin! un no parar. La verdad es que es una ciudad muy paseable, donde en comparación con París todo está relativamente cerca.
¿Lo mejor? Aunque suene extraño, una mañana de mercadillo por el Candem, en el “Londres profundo”. Es un hiper mercadillo donde venden ropa y todo tipo de objetos, en un ambiente un poco selva para lo que es Londres, pero ahí está el quid de la cuestión, en el contraste. Tiendas a ambos lados de la calle, una zona con puestecillos donde puedes encontrar de todo, una casita que hace el efecto de unas galerías cubiertas con más de lo mismo, y al lado de la pequeña Venecia (unos canales por los que circulan barcos y demás) muchos puestos donde comprar comida para llevar (de todos los paises menos británica). Puedes comprar desde una camiseta a una gorra, pasando por relojes de colgante (niñas, ¿qué hora es?), esposas, y todo tipo de objetos poco convencionales.
¿Y la parte cultural? Jaja. No sé si me gustó ver como los británicos se habían llevado paredes enteras de Egipto y otros lugares para montar su pesebre en el British, pero el Tate Modern tiene sus cosillas graciosas e interesantes, y la National Gallery… pues había que verla…
Al igual que el metro. Había que verlo. Yo tenía ganas de subirme en el metro de Londres, y escuchar eso del Mind the gap, hasta que comprobé que allí el concepto ventilación es: abre las ventanas de ambos extremos, y gracias al efecto tubo que hace el vagón de 1 metro y medio de ancho, cambia de peinado en lo que dura una parada. Es una exageración!
Mi gran descubrimiento: las Muffins ( a los patos del Hyde Park tambiés les gustan) y… el English Breakfast!!!, aunque no sé si volveré a comer judías después de las baked beans del desayuno de cada día (¿a quien se le ocurre echarle ketchup a las judías?). Nunca olvidaré las bolsas del Sainsbury que tantas horas nos acompañaron y tantas comidas nos apañaron. Mind the bag!

viernes, 14 de septiembre de 2007

París, mon amour!!




Bueeeenooo!!! cuanto tiempo!!! Pues sí, no sé si fue la Guía Michelin que como al señor Gurb nos introdujeron, y de gratis, o el desear con mucho émfasis que todo saliera bien, pero el viaje de verano se ha sucedido sin incidentes.
Tras expectorar mucho en el temido aeropuerto del Prat volamos sin problemas (raro, ¿no?), y tras superar las barreras comunicativas con los gabachos (bueno, como ahora les tengo un poco más de cariño, sobretodo después de conocer al francés-maño que nos sirvió crepes en un español de Teruel, ahora les llamaré franceses), pues llegamos a París. ¿Lo mejor? Para mí Montmartre, y quizá el barrio latino y Marais. Montmartre, con sus calles adonquinadas, que conservan su aspecto antiguo, sus escaleras con barandillas irregulares, recodos tranquilos, otros más frecuentados por los pintores, pequeños bares y restaurantes, y desde donde menos lo esperas… el Sagrado Corazón, imponente pero próximo, que desde lo alto de las escaleras vigila a todos los que nos sentamos a sus pies a escuchar alguna canción de Red Hot o la megaversionada Let it be (jeje, letra b, letra b).
El barrio latino, para mí uno de los más esperados después de Montmartre. Lo ves desde sus puertas cuando paseas por la orilla sur del Sena. Calles estrechitas, más tranquilas en sus afueras, más repletas de bares y retaurantes en el centro. En el barrio latino abundan los establecimientos con gastronomía de los cinco continentes, con su colorido y su música. Nosotros nos quedamos con la francesa y optamos por una fondue en una terracita de un pequeño restaurante con la fachada pintada de rojo. Y es que allí cada pequeña tienda o cada minúsculo bar está pintado de un color diferente, e incluso lloviendo, te saludan alegremente cuando paseas.
Tras uno con la entrada de color verde, algunos que no diríamos que son precisamente estudiantes, disfrutan de la happy hour en un pub para universitarios. Y es que resulta que el barrio se llama latino porque el latín era la lengua que hablaban los primeros estudiantes de la Universidad de la Soborna, que está muy cerca, y que habitaban el barrio allá por el medioevo.
Y Marais… pues otro barrio que a mí me encandiló también por sus callecitas estrechas y coloridas. Abundan los pubs de ambiente, y multitud de tiendecitas con toda clase de objetos, originales y divertidos. Ahí las calles tampoco son rectas, así que puedes perderte por cualquier rinconcillo, ¡y no saber salir!. Experiencia propia.
Y la Torre Eiffel… aunque me la conozco ya como si la hubiera construido yo, no me he cansado de mirarla y grabarla desde todos los lugares de París, porque allí donde menos te la esperabas, la veias aparecer entre los edificios. Imponente…Como sus 668 escalones que subimos a pie!!! En breve, el video en el Youtube ;)

Cala Pedrosa


¡Cuanto tiempo! Aquí alguna fotillo de la Cala Pedrosa, una pequeña cala que pertenece a l’Estartit, donde estuvimos en julio. Caminamos 1 hora y media para llegar, aunque parece ser que podías ahorrarte una media horita o más si subías por una carreterilla en coche desde otra zona del pueblo (qué pringadillos somos a veces…). ¿Lo mejor? La cara que se nos quedó al empezar a intuir que el nombre de la cala venía por las piedras de las que está hecho el suelo. Vamos, que entre que te tumbas y haces huequecillo para el culo y las paletillas, quitas alguna piedra que se te clava en el trapecio, y te vuelves a levantar porque se te ha olvidado ponerte el protector solar…, viene ya el típico niño con un pájaro muerto en la mano (porque esto lo hacen siempre los niños, sobretodo los que hacen sus necesidades a 5 metros de tu toalla), y te hace levantarte de nuevo, y acordarte de su familia, la cual tampoco has olvidado, sobretodo porque no callan. Pues vamos al agua! Hay que turnarse las chanclas, porque ¡¿pá qué va a haber arena bajo el agua?! Vigila no pisar la estrella de mar, porque eso sí, allí todo es de verdad. El agua es transparente con el fondo verdoso (por las algas pegadas a las piedras) y tiene una isla a su salida, a la cual se puede llegar nadando. La excursioncilla de después de comer fue subir por los acantilados, desde donde las vistas de la cala son perfectas, así como de la siguiente cala (ésta más grande, pero a la que no se puede bajar). Vimos también la Roca Foradada, cueva por la que atraviesan un acantilado las barcas y demás artilugios de agua. La verdad es que es una cala muy tranquila (a parte de nosotros y la familia que se unió, sólo habían 5 personas más), así que vale la pena hacer la horita mínima de camino andando que hay. O eso pensamos hasta que tocó subir todo lo que habíamos bajado por la mañana para llegar a pie de mar… Tranquilamente más de 100 metros de desnivel. Eso sí, con bastante sombra.